domingo, 7 de septiembre de 2008

Capítulo 12: Caída libre

Volví de las vacaciones en San Bernardo y empecé tercer año. A pesar de eso estaba contenta de volver a Buenos Aires.

Pero porque no sabía de la que se me venía encima. Tercer año es el más difícil de toda la secundaria. Es un verdadero filtro. Fue el año en el que más sufrí.

Al mismo tiempo fue el año en el que descubrí la maravilla del Internet. En mayo mi papá hizo instalar el servicio Dial-Up de Fibertel. Estaba bueno, yo chateaba diariamente y me hacía de muchos amigos en todos lados. Hasta un cybernovio llegué a tener!! Se llamaba José María, era mexicano… todos le decían Chema y claro está que no fui la excepción, jejejeje.

Lo único malo de empezar a usar Internet fueron las cuentas de teléfono que empezaron a venir, porque encima no era fácil medirse con el uso y yo la verdad nunca fui muy medida que digamos.
Ahora, retomando el tema escolar, fue realmente duro entre lo difícil que es tercer año en sí, y la presión que recibía en casa. El primer trimestre fue bastante malo aunque pudo haber sido peor, y el segundo trimestre fue una verdadera tragedia. Muchísimas notas bajas y mucho esfuerzo tirado a la basura.

Mi mamá me reclamó feo aquella vez. Lo que más dolía era que ella me acusaba de no estudiar cuando ella no tenía ni puta idea de qué era lo que hacía yo. Se la pasaba 12 horas metida en una oficina y no me veía más que a la mañana y a la noche, ¿cómo podía ella saber si yo estudiaba o no? Lo peor de todo fueron las amenazas de sacar el Internet (con el que yo a esas alturas ya no podía vivir porque el que me sacaran el Internet implicaba perder a Chema y a mis amigos) y la computadora de mi cuarto. Fue catastrófico. No hubo forma de hacerle entender a mi madre que aquel desastre escolar no era por falta de estudio sino por falta de capacidad, por no saber estudiar de otra forma que no fuese de memoria y por lo difícil que era tercer año en sí. Y era terriblemente desalentador ver que el esfuerzo que había hecho durante el trimestre no había servido de un carajo. Para colmo, mi mamá que era especialista en el arte de hacerme sentir para la mierda. Porque ya vieron, en lugar de alentarme y decirme que no me desanime, que en el próximo trimestre me iba a ir mejor, como haría cualquier madre decente, salía con sus reproches del tipo “vos no estudiás” cuando en realidad no tenía derecho a decir nada porque no me veía en todo el puto día y me hundía más, cuando el fracaso ya era lo bastante desalentador de por sí. Y ahí la relación con mi madre terminó de dañarse: esa debacle significó la pérdida definitiva de mi confianza para con ella.

Realmente estuve a punto de fugarme de mi casa. No aguantaba más esa incomprensión ni tampoco vivir con miedo. Al final no me fugué, pero después de eso el resto de la secundaria fue un infierno para mí. Vivir con miedo, llegar a diciembre con cagazo por las materias que me llevo en vez de con alegría porque llegan las vacaciones. Y esto es algo que, aún hoy, no le perdono a mi madre y quizás no pueda perdonarle nunca; es una de las causas, además de lo que pasó años atrás con el tema del peso y cosas que pasaron después (aunque en aquellas ya no tenía nada que ver mi mamá), de la depresión que actualmente padezco.

Ese año se hizo una fiesta para nosotras en el colegio, una fiesta para celebrar supuestamente nuestros 15 años (aunque para esa época del año ya muchas teníamos 16). Igual tampoco fue lo que se dice una fiesta… fue un brindis nomás.

Me terminé llevando cinco materias ese año. Aprobé todas menos una en diciembre, y esa que quedó para marzo terminó siendo una verdadera carga que tuve que arrastrar todo el año siguiente ya que la profesora me desaprobó una y otra vez. No tenía buena relación con ella, cabe destacar, lo cual provocaba que haya más tensión.

Pero gracias a Dios, después de la tormenta siempre llega la calma y en diciembre del año siguiente terminó la pesadilla y aprobé la materia.

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