viernes, 29 de agosto de 2008

Capítulo 3: Entre juegos, juguetes y jardines

Mi tío Tito murió en el accidente. Mi abuela Asunción quedó grave, pero los médicos consiguieron atenderla a tiempo y la salvaron. A partir de aquel accidente pasé a quedar al cuidado de mis otros abuelos, que para ese tiempo ya se habían mudado a la Capital, al barrio de Almagro. En aquel departamento de 4 ambientes donde mis abuelos vivían con mi tía abuela Dora (quien al poco tiempo se enfermó y murió), convivía con mi primo Pablo, 2 años menor que yo, a quien mis abuelos también cuidaban. Los dos juntos éramos la piel de Judas y vivíamos sacándoles canas verdes a mis abuelos.

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En aquel tiempo existía la costumbre de hacer que los chicos duerman la siesta. A Pablo era más fácil hacerlo dormir, pero yo era hiperactiva, inquieta. Hacerme dormir a mí era toda una hazaña. Es que por favor, uno cuando es chico tiene energía de sobra, miren si va a dormir y a la tarde encima!!!

El caso era que después de comer, mi abuelo ponía el disco del Topo Gigio y mi abuela intentaba, con eso, hacernos dormir. Cosa que conmigo no conseguía.

Pablo y yo fuimos compañeros de juegos y de aventuras, prácticamente inseparables, hasta que en marzo de 1988 comencé el jardín de infantes. Si… se había acabado el estar todo el día en casa y era el momento de empezar a socializar, jugar con otros chicos y no depender tanto del cuidado de la familia.

La vaina fue que tuve la mala suerte de caer en un jardín de infantes que era bastante feo. Se llamaba Osito de peluche, no recuerdo bien en qué calle quedaba pero recuerdo que era cerca de la Avenida Córdoba. No me gustaba nada. Las maestras no eran muy simpáticas, tenía que quedarme a comer, la cocinera era una bruja malhumorada (y seguramente frígida o con telarañas en la argolla) que trataba mal a los chicos, y lo peor de todo es que después de comer nos hacían dormir la siesta en una sala oscura, tirados en colchonetas en el piso. Para mí eso era horrible y yo me cansé de rogarle a mi vieja que me sacara de ahí.

El héroe de esta historia fue mi abuelo, quien una tarde me fue a buscar y me encontró en aquella sala oscura donde nos hacían dormir la siesta. A él tampoco le gustó un carajo ver en qué condiciones nos tenían, así que dijo “me la llevo” y nunca más volví.

A los pocos días, mi papá y mi abuelo me llevaron a conocer el que sería mi nuevo jardín. Se llamaba Castillo de Sol, quedaba por Peluffo y Lezica, a una cuadra de Avenida Rivadavia (la casa actualmente está pero el jardín ya no funciona ahí, no sé si se mudó o si cerró). Era mucho más lindo que el otro, ni punto de comparación. Ese día me mostraron la que sería mi salita, la Sala Celeste, y conocí a quien sería mi maestra, la señorita Gaby. Entonces fue que empecé a ir a ese jardín, muy contenta. Era un lindo lugar, las maestras eran muy amorosas, además era un jardín “normal”, no tenía que quedarme a comer ni nada. Al mediodía me pasaban a buscar, y a casita. Bueno, a casa de mis abuelos, ya que mis padres trabajaban todo el día como ya saben. Una vez por semana, a la tarde, asistía al taller de Cerámica en el jardín.



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En el verano de 1989 tuve mi primera experiencia en lo que podría llamarse una colonia de vacaciones. En el jardín había lo que se llamaba Jardín de verano, íbamos al jardín pero hacíamos actividades pura y exclusivamente recreativas. Y muy bien que digamos no la pasaba, yo en vacaciones no quería seguir yendo al jardín, así que en el Jardín de verano duré lo que un pedo en una canasta.

De todas maneras, era evidente que mucho no duraría, ya que ese verano nos fuimos de vacaciones a Atlántida, Uruguay. Son las primeras vacaciones que recuerdo, aunque anteriormente ya había veraneado en otros lugares.


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Y cuando estábamos en Capital, los domingos íbamos a un balneario que se llamaba San Remo (que supongo que todavía existe aunque no tengo ni puta idea). Era un balneario de piletas de agua salada, que quedaba por el Camino de Cintura. Ahí pasábamos la tarde y siempre que íbamos nos llevábamos la heladerita de telgopor con sanguchitos, gaseosas y toda la cosa. Igual yo no era muy amiga de la pileta; prefería tomar sol.

En marzo de ese mismo año empecé el preescolar en el que fue mi colegio hasta quinto año, el María Auxiliadora, de Almagro.

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