domingo, 31 de agosto de 2008

Capítulo 5: Aquellos años felices

Comencé la primaria y entonces no era muy consciente de la que se me venía encima (aunque ahora que soy grande me río de eso), que se había acabado la época de puros juegos, dibujos y trabajos plásticos, y que había que empezar a trabajar en clase, además de atiborrarse de útiles que todos los días había que llevar y traer de la escuela: que la mochilita, que el cuaderno de clase, que el cuaderno de tareas, que la cartuchera (a su vez atiborrada de infinidad de pequeños útiles), que el cuaderno de comunicaciones, que el libro de lectura, que el libro de matemática, etc. Y lo más tedioso de todo, tener que llevar tarea a casa (seamos sinceros, a qué chico le gusta hacer la tarea?)

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Otra vez cambio de turno. La primaria funcionaba sólo a la mañana. Quienes iban al preescolar por la mañana empezaron primer grado en la división A, y quienes íbamos a la tarde pasamos a la división B. Mi maestra fue la señorita Marisa, muy joven, 20 años, calculo que recién recibida. Con ella era divertido aprender, recuerdo que cuando aprendíamos las letras consonantes y a armar sílabas uniéndolas con las vocales, hacíamos “el baile de las sílabas”. La señorita cantaba una melodía con las sílabas y cada una bailaba al lado de su respectivo banco.

Para finales de aquel año mi padre estaba dejando su trabajo como arquitecto para poner un videoclub, el cual instaló en la calle Billinghurst al 900 (hoy en ese local funciona un locutorio). Ahí comenzaron los fines de semana viendo películas sin parar, las vacaciones viendo películas todos los días…

Aquel verano, primeras vacaciones sin mi papá. Él recién había puesto el videoclub y si bien tenía quien lo ayudase no se podía ausentar una semana, así que en la primera semana de marzo, antes de volver al colegio, me fui a Río de Janeiro con mi mamá y con Cristina, una amiga de mi mamá. No es que la haya pasado mal, pero no quise volver a repetir eso, yo quería que fuese toda la familia.

El día después de volver de las vacaciones empezaron las clases. Segundo grado fue un poco más serio que primero. Habíamos empezado con una maestra, la señorita Norma, quien al mes y medio dejó de dar clases debido a un problema de salud. Entró en su lugar la señorita María Marta, que no era mala pero tenía carácter muy fuerte (ja, miren quién lo dice). Fue uno de mis peores años, mis compañeras no me dejaban tranquila y era muy común que me hartara de que me molestaran y las terminase cagando a piñas. A mis viejos no sé cuántas veces los citaron para hablar acerca de mis problemas de conducta en aquel año. Si no terminé expulsada fue porque Dios es grande.

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Las vacaciones en aquel verano fueron “normales”. Esa vez si nos fuimos los tres, esta vez a Florianópolis, y tuve la mala suerte de insolarme de nuevo. Lo que me hizo agarrarle miedo al sol. Igual que el año anterior, volviendo de las vacaciones, otra vez al colegio.



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En tercer grado el panorama cambió. Además de que no tenía las mismas compañeras porque a la nueva directora se le ocurrió la brillante idea de mezclarnos a todas, me había tocado una maestra mucho más paciente, la señorita Roxana. Si bien yo tenía el mismo carácter fuerte de antes, tuve muchos menos problemas que en el año anterior. Si mal no recuerdo, en ese año mis padres no habían sido citados en ningún momento.

Otro verano más, vacaciones en Río de Janeiro. Como siempre, una semana antes de volver a la escuela. Es el precio de tener una mamá trabajando en turismo, que no se puede ir en temporada alta.

Empecé cuarto grado y ahí la cosa se empezó a poner seria. En tercero, prácticamente no necesitaba estudiar, con repasar un poco ya estaba. En cuarto fue más difícil y en materias como Ciencias Sociales, tuve que sentarme a estudiar. Además de mis constantes tropiezos con la Matemática.

En noviembre de ese mismo año, con 10 años recién cumplidos hice la Primera Comunión en la capilla del colegio. Todas de blanco resplandeciente (usábamos todas el mismo modelo de túnica), muy contentas, esa tarde de sábado. Los días previos habían sido de ensayos de la ceremonia y demás preparativos.

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En aquel año me tocó sufrir. A mi señora madre se le dio por pensar que yo estaba excedida de peso, y me puso a hacer régimen. Bue, ese es tema del próximo capítulo.

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