sábado, 30 de agosto de 2008

Capítulo 4: Colegio católico, y se acabó la joda

Empecé el preescolar en el colegio María Auxiliadora, de Almagro. Ahí, recuerdo que la sala de 4 años era llamada “Sala de Patitos” y se identificaba con un delantal amarillo, y la sala de 5, que era a la que yo iba, era llamada “Sala de Mariposas” y se identificaba con un delantal rosa. No había varones, éramos todas nenas.



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Iba en el turno tarde y me tocó como maestra una monja, la hermana Clelia. Era muy buena, aunque con todo respeto, muy cascarrabias y poco paciente, quizás por su edad (era una mujer mayor ya). A pesar de eso, como mi maestra que era, la quise mucho, a pesar de varios actos de rebeldía que entonces tenía, como por ejemplo negarme a tomar el té en la merienda (a decir verdad, jamás en la puta vida me gustó el té; no me gustaba cuando era chiquita ni tampoco me gusta ahora). Mi madre era llamada varias veces por la hermana Clelia, quien se quejaba de aquellos comportamientos. Mi mamá, quien sostenía que la hermana Clelia ya no estaba en edad de trabajar con nenas tan chiquitas, siempre me excusaba.

A quien le había tomado muchísimo cariño era a la señorita Alejandra, que no era maestra sino auxiliar, y trabajaba en ambas salas, en la de Patitos y en la de Mariposas. Era una chica muy joven, calculo de unos veinte años (si los tenía), muy dulce, muy buena. Lástima que después de aquel año no la volví a ver más.

A la hermana Clelia le llamó poderosamente la atención que yo entonces ya supiera leer (es un absoluto misterio cómo aprendí ya que nadie me enseñó, de hecho un día que entré a una perfumería leyendo todos los nombres de las marcas mi abuela pensó que yo sabía las marcas por las propagandas de la tele) y que entrase a la salita leyendo todos los carteles que había.

Cumplí 6 años, fue entonces que tuve la primera fiesta de cumpleaños en un salón (siempre habían sido en casa mis cumples), aunque los animadores eran amigos de mi papá. La fiesta fue un domingo a la tarde, no estuvo mal.


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Se terminó el preescolar y en una ceremonia donde unificaron a los dos turnos (mañana y tarde) entregaron algo como un diploma simbólico. Se acabó el jardín de infantes y ahora a empezar a aprender en serio. Pero antes de eso venían las vacaciones, así que en el verano de 1990 fuimos a San Bernardo. Ese fue un veraneo fatídico, ya que fue mi primera experiencia con una insolación. No podía ni moverme de lo que me ardía todo… en realidad no era exactamente una insolación sino que me había quemado mal por no tener bien puesto el protector solar.

Para antes de volver a Buenos Aires el problema había quedado solucionado. Una vez de regreso, quedaba esperar al comienzo de una nueva etapa: la escuela primaria.

1 comentario:

MC dijo...

A los 5 yo también leía de corrido... supongo que le tengo que dar las gracias a Condorito (?)

Salute!!!