lunes, 1 de septiembre de 2008

Capítulo 6: Ser gordita no es pecado

Como les iba contando, un buen día a mi señora madre se le ocurrió que estaba excedida de peso, así que un día que fuimos a la dentista, nos quedamos para ver al marido de la dentista, que era pediatra. Yo no quería saber nada, incluso lloraba (si, bien caprichosa era yo a los 9 años) pero mi vieja no hizo caso.

Así que bueno, el tipo me revisó, me tomó el peso, la altura… pesaba 37 kilos y medía cerca de 1.35m. Tan excedida no estaba, che!!! Y bueno, después de que mi vieja le hizo el planteo de que yo tenía que hacer un régimen, el tipo agarró y empezó a tomar nota de qué cosas podía comer y qué cosas no.

¡Me cago en la puta! Nada de banana, ni uva, ni jugos comprados, ni postres, ni gaseosas (aunque después aclaró que podía tomar Light) y lo peor de todo, NADA DE GOLOSINAS!!! Por Dios, prohibirles a los chicos que coman golosinas es CRIMINAL, les cagás la niñez!!! Todos los chicos comen chocolates, caramelos y todas esas cosas lo más tranquilos, y yo viví en carne propia lo que es ver comer a los demás chicos mientras uno no puede, es psicológicamente dañino, no podés hacerle eso a un chico, y menos en plena edad del desarrollo, no se les puede prohibir que coman!


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No pude evitar odiar en ese momento a mi madre y al pediatra, quienes tenían la misma mierda en la cabeza los dos. Ella por preocuparse sólo de que adelgace, y él por poner una dieta tan estricta a una nena de 9 años, o sea yo. Es imperdonable. Lo peor de todo era que cada vez que bajaba apenas gramos o bien la dieta no servía de nada y aumentaba, era una real tragedia griega. Y con eso sufrí durante mucho tiempo más, aunque abandoné la dieta a principios del año siguiente. Aún recuerdo aquella tarde de domingo en la que mi vieja me dijo, textualmente: “estoy resignada a que seas una gorda de culo de 20 metros”. No se imaginan lo mal que me sentí, lo mucho que lloré ese día, porque realmente mi madre me había hecho sentir que no me quería porque era gordita. Eso me hacía sentir constantemente con su actitud insistente respecto al peso y a la comida. Yo entonces me preguntaba si el ser gordita me hacía valer menos como persona. Después pretendían venderme que lo que importa es la belleza interior de uno, ¡que se vayan a la mierda! Lo más insólito de todo era que ese mismo día que mi madre pronunció esa frase tan fea, ella preparó de postre una mousse de chocolate y me ofreció. No la comí, claro estaba, lo que hacía yo en ese momento era llorar. ¡Que se metiera su mousse de chocolate por el tracto rectal! Primero se queja de que estoy gorda y después me ofrece mousse de chocolate. Mamá, andate bien a la mierda!

Y todo esto, con la cantinela archiconocida y recontrarrepetida de “yo quiero lo mejor para vos”. ¿Me estás cargando? ¿Lo mejor para mí era hacerme sufrir de esa forma? ¿Denigrarme y menospreciarme por tener un par de kilos de más? Esta debería ser causal para que le saquen a una madre la tenencia de sus hijos, sin duda.

Si después de toda esta debacle no terminé desarrollando bulimia o anorexia al llegar a la adolescencia es porque Dios es grande, porque muchos no se dan cuenta pero las madres que son así de hinchapelotas con el peso de sus hijas, esas que las ponen a dieta a temprana edad y las torturan para que adelgacen, son las que después tienen la culpa de que sus hijas lleguen a la adolescencia enfermas, bulímicas, anoréxicas, y que en el peor de los casos se terminen muriendo de desnutrición a causa de esas enfermedades.

Yo el día de mañana si tengo hijos y son gorditos no los voy a poner a dieta en contra de su voluntad y menos con un pediatra con mierda en la cabeza, no les voy a cagar la niñez como me la cagó mi madre a mí. Que disfruten como todos los chicos, que coman todo lo que quieran, que se atiborren de chocolate si quieren (más ahora que se descubrió que la ingesta de chocolate mejora el flujo de sangre al cerebro, jejeje), y cuando sean grandes si ellos quieren que vayan a un nutricionista como corresponde y san se acabó. La niñez es para disfrutarla y para vivirla, no para preocupar a los chicos con cuántas calorías consumieron o con cuántos gramos subieron o bajaron.

Actualmente pareciera que a mi mamá le agarró sentimiento de culpa por haber querido matarme de hambre y/o privarme de todo lo que es rico, porque me encaja la comida a la fuerza cuando no tengo ni puta gana de comer. Tarde!!! El daño ya está hecho, y nada me va a devolver esos años de mi infancia que perdí haciendo dieta y sufriendo al reverendo pedo, ni va a borrar de mi mente esas palabras tan hirientes que en su momento me dirigió, sin asco y sin lástima.


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