sábado, 6 de septiembre de 2008

Capítulo 11: Sin pena ni gloria

En octubre de 1998 cumplí 15 años y no me llamó la atención festejarlo. No tenía muchas amigas a quienes invitar y mucho menos amigos varones con quienes bailar el vals, así que mis 15 años pasaron prácticamente sin pena ni gloria; el único festejo fue una reunión con unas tres o cuatro amigas en casa, una semana después.

Terminé segundo año, sólo me llevé tercer trimestre de Matemática (si no fuera porque en el tercer trimestre no se podía tener menos de 6, no me hubiese llevado nada), zafé en diciembre y me pasé el verano panza arriba.

En febrero de 1999, los que viven en Buenos Aires seguro lo recordarán. Una noche se desconchó una subestación de Edesur y como consecuencia media ciudad se quedó a oscuras durante más de una semana.

Hacía un calor de morirse y no se podía dormir. Yo dormía prácticamente desnuda (no se toquen, degenerados, tenía 15 años, che!!!) porque de lo que transpiraba me molestaba la ropa y no podía quedarme dormida. Para bañarme usaba botellas de agua mineral (los que viven en departamento saben que en los edificios, si se corta la luz cagaste, te quedás sin agua también porque no funca la bomba), el día lo pasaba en casa de mi abuela Asunción que ese año había venido a Buenos Aires con su hermana, la tía Carmen. Mis otros abuelos no tenían luz. Y a la noche, con mis viejos a cenar al patio de comidas de un Shopping.

Para el fin de semana, a pesar de que la luz ya estaba queriendo volver, mi papá decidió que iríamos a un hotel. Si se volvía a cortar la luz, íbamos a andar los tres como leones enjaulados en casa, así que buscamos un hotel. Encontramos uno bastante lindo y nos quedamos ahí hasta el lunes a la mañana, cuando supuestamente se había arreglado el tema de la luz.

Pero ¿qué me encuentro? Otra vez no hay luz en el edificio. Entro, con mi bolso al hombro, a fijarme si era simplemente que estaban las luces apagadas y el ascensor funcionaba. En eso viene la portera suplente, que con esa voz de pito que tiene me dice “Por la escalera, mi amor”… ¡Mi amor las pelotas! Ella porque no vivía ahí y no tenía que sufrir la falta de electricidad. ¿Será su costumbre burlarse así de la desgracia ajena? Si alguien le pega un bollo no me cabe duda de que es en defensa propia. Aunque obvio que no iba a ser yo, por más que me moría de ganas. No quería tener problemas en el edificio, así que me aguanté las ganas de ponerle un ojo morado y mandarla a la reconcha de su madre, y con el bolso a cuestas me subí los seis pisos por la escalera.

Mis abuelos ya tenían luz, así que me fui para allá y a la noche ya se había solucionado el problema en casa.

Pasó una semana sin problemas, y me fui de vacaciones con mis viejos a San Bernardo. Fueron las últimas vacaciones con la familia. Todo armado de un día para el otro. Mi papá no pudo ir desde el primer día, así que aquel domingo nos fuimos mi mamá y yo en un micro que salió de Retiro y mi papá nos alcanzó el miércoles. Una vez allá nos fue difícil encontrar hotel, ya que los que eran de nuestro agrado estaban todos llenos. Nos recomendaron un tiempo compartido llamado Villa del Sol, que quedaba en Costa Azul, una localidad pequeña, pegadita a San Bernardo. Muy lindo, estaba casi sobre la playa… pero ¿qué pasó? No tenía televisión. Ese quizás era un detalle menor porque cuando uno se va de vacaciones piensa en salir y no en ver la tele, pero la vaina era que si un día llueve o el día está feo y no da para salir, ¿qué coño hacemos?
Yo por suerte me había llevado mi discman con muchos CDs y no me aburría tanto en el hotel. En el lobby sí había tele, así que a eso de las 3 de la tarde, cuando mis viejos dormían la siesta, yo bajaba al lobby a ver la novela. Todas las tardes solíamos ir a merendar a Toto’s, un lindo café al que ya habíamos ido hacía 10 años atrás cuando fuimos a San Bernardo por primera vez.

El penúltimo día no quise ir a la playa a la mañana, así que mis viejos se fueron solos y yo me fui a caminar solita por la Avenida Chiozza. Fue una linda caminatita esa. Al día siguiente, que era el día que volvíamos, el micro salía a la tarde. Desayunamos en Toto’s y después fuimos a caminar y sacarnos fotos. Yo, con una sonrisa de oreja a oreja porque esos días no se me pasaban más y yo ya quería volver, a pesar de que al día siguiente empezaban las clases. Posteriormente iba a lamentar el querer volver…

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