martes, 2 de septiembre de 2008

Capítulo 7: Años de tropiezos

El año 1994 hizo su entrada triunfal por la puerta grande y en febrero de ese mismo año fue mi primera experiencia estando internada en un hospital. Una mañana, de puro atolondrada me estrolé contra una pared (ya muchos de ustedes entenderán unas cuántas cosas, jajajaja) y fue tal el golpe que quedé mareada, atontada y llegué incluso a tener vómitos. Me tuvieron internada un día y medio. Lo peor que me pudo pasar en aquellos años.

Estar internada en un hospital es la peor mierda, y más cuando uno es chico. Una vez que se me pasaron los malestares y me hicieron la tomografía y el análisis y toda esa mierda (si, aquella fue la primera vez que me sacaron sangre, y yo con el miedo que les tenía a las agujas) podrían haberme mandado de vuelta a casa tranquilamente si me sentía bien. Pero no, al médico se le ocurrió la brillante idea de tenerme en observaciones hasta el día siguiente. Me aburrí como un hongo porque no había llevado nada para entretenerme (mi abuela me fue a llevar después un par de peluches), no había televisión en la habitación (dejame de joder, no poner televisión en una habitación infantil, y la ponen en la habitación de los grandes que le dan menos bola que los chicos… hay que ser rata) y tuve que conformarme con una revistita pedorra de historietas que me trajo mi viejo.

Para colmo, como todos ustedes saben o deben saber, la comida de hospital es HORRIBLE. Lo único que zafaba eran las galletitas con mermelada del desayuno y de la merienda. Lo demás, una mierda.

Gracias a Dios, esa debacle duró un día y medio, ya que al día siguiente al mediodía ya me dieron el alta. Lo único malo fue tener que volver, después de 15 días, a que me viera una doctora. Pero bueno.

A principios de marzo de aquel año murió mi tía abuela Iris, y a la hermana de ésta, Angélica, la internaron en un geriátrico porque nadie la podía cuidar… mi abuela ya no estaba para esos trotes y ya bastante tenía con atender su propia casa y tener que cuidarme también a mí cuando volvía del colegio. Aunque a decir verdad yo era bastante independiente a los 10 años que entonces tenía, no necesitaba tanto que me cuidaran, salvo por el tema de que había que hacerme la comida y todo eso.

Fue el primer verano sin vacaciones entre pitos y flautas, y de todas formas yo no me quería ir. Ya estaba saturada de tanto ir a Brasil y quería quedarme en Buenos Aires, o bien ir a algún lugar donde al menos se hable mi idioma…

Ese año había empezado quinto grado y ahí se venía la parte más jodida de la primaria. Empezar a estudiar para materias que hasta el año anterior aprobaba tan sólo con un poquito de repaso. De todas formas no era tan difícil, salvo Matemática que era la que más me costó siempre.
Al año siguiente tampoco me fui a ningún lado en el verano. Empecé sexto grado, le tomé un gran cariño a la maestra que entonces tenía, la señorita María del Carmen, a pesar de la fama de exigente que tenía.


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Ese fue otro año en el que por poco termino expulsada. En noviembre se armó un quilombo feo por cagarme a piñas con una compañera que me había agarrado de su puerquito durante todo el año. Y claro está que todo tiene un límite, mi paciencia también, y llegó el momento en el que el vaso se rebalsó y no pude con tanta bronca contenida. Claro está que, al igual que pasó en segundo grado, la que quedaba como la mala de la película era yo. Yo lo único que hacía era reaccionar, porque uno aunque quisiera no es de piedra, y tanto va el cántaro a la fuente hasta que se rompe. ¿Por qué me castigaban a mí y a la otra que fue la que empezó, no le hacían nada? Yo toda la vida fui pacífica, si era agresiva y reaccionaba así era porque me venían a joder, no era de gratis, así que a la otra también hay que castigarla de última. Pero no, solamente me castigaban a mí que el único delito que cometí es tener sangre en las venas. El día de mañana le hacen eso a un hijo mío y rompo todo. Así, con 2 cojones. Si hay algo en esta vida que me jode, es la injusticia. Y lamentablemente es algo que en los colegios al igual que en el mundo, muchas veces está a la orden del día.

De todas formas el año estaba a punto de acabarse y no pasó a mayores. Al año siguiente, en séptimo grado, con la compañera en cuestión ya no estábamos juntas en la misma división. Y ahí empezó el final de una etapa.

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