jueves, 4 de septiembre de 2008

Capítulo 9: Primer amor, primera emoción, primeras lágrimas

Tenía 13 años. Así de inocente como era entonces, un buen día me enamoré. No fue un simple flasheamiento ni una simple atracción física sin importancia que tiene cualquiera a los 13 años. Me enamoré.

No, no se trataba de ninguno de los pendejos de los colegios vecinos con los que mis compañeras acostumbraban flirtear y entre quienes a toda costa ellas han querido buscarme un novio. No. Para mí esos chicos vivían en la boludez, eran muy chiquilines, y yo apuntaba a algo más.

¿Quién era el susodicho? Christian se llamaba. Era 10 años mayor que yo (si, zarpado lo mío, lo sé) y trabajaba como cajero en el supermercado Disco que quedaba en la misma cuadra de la casa de mis abuelos y donde éstos hacían las compras todos los días.

Se imaginarán que yo entonces aceptaba gustosa ir a hacer los mandados. Siempre me andaba fijando qué era lo que faltaba, para avisarle a mi abuela y que ella me mande a comprar. Y claro está que siempre iba a la caja de Christian y aprovechaba para saludarlo, hablar un poquito con él, claro está que no desaprovechaba ocasión.

Un día Adriana, una de las cajeras conocidas mías (si, tenía yo cierta tendencia a hacer amistad con las cajeras) me encaró: “te gusta Christian, ¿no?” Yo me puse de todos los colores. De todas formas no lo negué, igual yo sabía que Adriana no le diría nada a nadie. Igual después supe que no fue la única que se dio cuenta, que ya otros habían advertido lo que pasaba.

Me he llegado a sentir culpable cuando Christian me decía que lo retaban por ponerse a charlar con las clientas (incluyéndome, claro está) e incluso una vez lo retaron delante mío y encima alguien que no corta ni pincha, porque era la mina de vigilancia, no era una supervisora ni nada de eso. Una vez yo dije que esa mina era una vieja bruja (si, medio pendejo lo mío pero qué quieren, tenía 13 años che!!!) y la tipa me escuchó y me vino a decir “yo cumplo órdenes, así que no soy ni vieja ni bruja”… Me tuve que contener las ganas de putearla.

El caso fue que un día Christian desapareció y cuando le pregunté por él a una de las cajeras, ésta me dijo que Christian no estaba más. Esa fue la primera vez en mi vida que lloré por amor, si es que se puede decir así. Sabía que no lo iba a volver a ver más y eso me derrumbó. Esa tarde lloré. Fueron mis primeras lágrimas de amor, si es que se las puede llamar así.

Adriana, que era muy amiga de Christian, me dijo que lo habían echado pero no me supo decir por qué fue. Intenté localizarlo, conseguir su teléfono, averiguar donde vivía… pero no logré nada. Ni siquiera Adriana que era su amiga me pudo ayudar.

El sentimiento se fue disipando con el tiempo. De todas formas, aunque entre él y yo hubiese habido algo, seguramente no hubiese terminado bien, no por la diferencia de edad en sí sino por la edad que yo tenía entonces (porque una diferencia de 10 años no sería tan terrible si yo hubiera tenido 18 y él hubiera tenido 28, y otra la realidad, que yo tenía 13 y él tenía 23), podría haberlo metido en un problema groso… aunque igual, con lo inocente que era yo en aquel tiempo...

Hoy me río de lo que pasó entonces… incluso pienso que quizás Christian esté ahora mismo leyendo esto (quién sabe, aunque desde entonces no lo volví a ver, todo es posible en el cyberespacio) y se esté riendo también. Hoy, según los cálculos él está por cumplir 35 años y seguramente es un tipo ya casado, con hijos y una vida hecha. Aunque, claro está, ya no estoy enamorada de él, a veces me pregunto qué será de su vida, qué habrá sido de su vida desde que lo dejé de ver.

Y no volví a enamorarme… hasta mucho tiempo después.

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